Su familia entera se formó en las ferias; su hermano adorna las ilusiones multicolores en los cuellos de las musas, su madre trenza la suerte hilando sucesos diarios en la plaza San Martín, al igual que su doncella, que espera paciente al soñador, envuelta en añoranzas, acunando un retoño.
En la esquina de Rivadavia y Córdoba, cuando a las siete corren furiosos los creativos sobre la calle, esquivando autos y mesas, Marcelo y su trouppe montan, en un suspiro, un escenario de arte remoto.
De su tinta y cincel emergen formas que filetean el colorido del asfalto y sus manchas en el tiempo, llenando de mística el momento fantástico en que alguien brinda su cuerpo al arte del tatuado. “Ofrezco un ritual” dice el artista, que engalana a sus clientes con la idea de una decoración esporádica.
Permanece en un contacto directo con el voluntario y por el tiempo que dura el diseño incita una conexión real en épocas donde lo virtual prospera. El dibujo en temporada es solo un medio para lograr la música en toda la vida. Compositor de líneas y figuras, mecha la ficción con la cotidianeidad, para poder “autosoltarse” las alas, regresando un día como un ave triunfante de largos vuelos a la ciudad de playas amplias y pobladas.
Tatiana Fontana
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